LOST IN TIME

11.29.2024

Historias truncadas a mitad de camino


Añoro a veces el pasado, y también lo no vivido.
¿A dónde se irán las historias que parecieran ser truncadas a mitad de camino? 


Pienso en los momentos que un día fueron,
y también en los que nunca vivimos. 
Pienso en los besos no dados, en los abrazos represados, y las miradas cómplices que nunca tuvimos. 

Recuerdo la felicidad compartida, los momentos de llenos de explosión, de adrenalina, de placer, de risas. 
Y me hace añorar aquellos que nunca existieron;
aquellos que pudiendo haber sido, ya nunca fueron. 

Extraño todo eso que por momentos fuimos, todo eso que fugazmente nos dimos, 
toda nuestra energía mezclada; extasiada.
Y pienso en lo que pudimos haber compartido.
Pienso en la intensidad con la que pudimos habernos, besado, amado, extasiado.
Pienso en esa vida que pudo ser vivida, en esa que pudimos haber disfrutado...

Y entonces, después de tantos años, a tantos kilómetros de distancia, en cuerpos y vidas que han cambiado, extrañamente, añorarnos...


Hay realmente historias que se sienten truncadas a mitad de camino. 
Y me pregunto, ¿tendremos chance de amanecer juntos en otra vida?





11.27.2024

Escribir para atreverse a vivir


¿Qué hacer con todo el revolú que llevamos dentro? 
¿Qué hacer con todo eso que sentimos implosionar? ¿Qué hacer con todo eso que quisiéramos decir sin tener que filtrar? 
¿Cómo liberarnos de los demonios que nos atormentan en las noches y que no nos dejan dormir? ¿Cómo atravesar la tristeza y el vacío que nos invade en cualquier momento sin avisar? 
¿Cómo ordenar nuestras ideas, nuestras emociones, nuestras decepciones, nuestras confusiones y nuestras conmociones? 
¿Cómo aclararnos la mente, o mejor aún, el corazón? 

Nadie sabe cómo vivir. 
Todos estamos aquí improvisando, tropezando, simplemente tratando de avanzar a tientas. Nadie tiene las respuestas. Nadie puede decirnos qué hacer, a quién amar, con quién soñar, a dónde ir, con quién estar, en qué pensar sin parar, qué desear con fuerzas, o a quién elegir para que nos ponga el corazón a latir a mil. 

Queremos vivir con claridad. Muchos aspiramos incluso a la coherencia. Todos buscamos una especie de certeza que nos permita vivir con liviandad; avanzar en paz, o por lo menos con serenidad. ¿Es eso a lo que llamamos “saber vivir”? 
¿Cómo llegamos ahí? ¿Cómo saber si avanzamos en la dirección correcta? ¿Cómo estar seguros de que hemos elegido nosotros y no que han elegido otros por nosotros? 

Pensé que a esta edad tendría muchas de esas preguntas resueltas. Pensé que tendría más certitudes, o en todo caso, más respuestas. Pensé que estaría más segura de mis pasos, de mis decisiones, de mis convicciones, de mis acciones. Pensé que sería muchas cosas, y que sabría muchas otras, pero resulta que aún me sigo descifrando. Y me pregunto : ¿Dejamos algunas vez de descifrarnos? ¿Llegamos alguna vez a experimentarnos desde la certeza absoluta? ¿Conseguimos algún día avanzar estando 100% seguros de cada uno de nuestros pasos? 

He buscado las respuestas en la mente. No las he encontrado. 
Poco encuentro allí de lo que busco. He buscado las respuestas en los otros. Poco es lo que me sirve de lo que me entregan. 
He buscado las respuestas en el corazón…pero, ¿me habla? Y si me habla, ¿lo escucho? 

Se aceleran precipitadamente las palpitaciones, sudan las manos, sentimos un cosquilleo, se nos hace un nudo en la garganta, bajamos la mirada, sentimos un subidón de adrenalina, nos sofocamos, nos agitamos, se calientan las piernas, bajamos la voz, se nos salen las lágrimas; involuntarias e incontroladas, sentimos un vacío en el estómago, nos descubrimos mordiéndonos los labios, cerrando los ojos, soñando despiertos, cantando en voz alta…

El cuerpo nos dice TODO. Es el cuerpo quien nos muestra TODO. ¿El cuerpo es quien tiene todas la respuestas que buscamos? No estoy del todo segura, pero en todo caso, siento que el cuerpo nos guía, o por lo menos, está siempre ahí para guiarnos…cuando somos capaces de escucharlo,  cuando estamos dispuestos a dejarnos llevar por esos sutiles impulsos involuntarios. 

Tiene algo bonito el abrirse de par en par y dejar salir sin reserva lo que guarda el alma. Hay un dejo de romanticismo en dejarse arrollar con pasión y honestidad hacia quien amamos o hacia lo que disfrutamos. Existe magia y misticismo en dejar de pensar, y sumergirse por completo en el sentir. 

En mi cuerpo hay escrito todo lo que soy, todo lo que no soy, todo lo que fui, todo lo que nunca seré, y sobre todo, mucho de lo que siento y decido no escuchar. 

Es tan rico el lenguaje del cuerpo, pero cuánto cuesta escucharlo, cuánto cuesta hacerle caso, cuánto cuesta también descifrarlo, y confiar en él. 

Cuesta dejarse guiar por las innegables señales del cuerpo. Requiere de nosotros valentía, y por ende, vulnerabilidad. Nos pide ser capaces de navegar en la incertidumbre, de arriesgarnos a ser realmente transparentes; viendo el mundo claramente y exponiéndonos a que el mundo pueda ver claramente dentro de nosotros. 

Hoy elijo escribir. Escribir porque me cuesta hablar. Escribir porque pienso y siento muchas cosas, que no logro articular. Escribo porque me permite bajar el escudo y arriesgarme a ser suave, abierta y sincera. 
Escribo para sacar todo el revolú que llevo dentro. 
Escribo para que no implosione todo eso que estoy sintiendo adentro. 
Escribo para decir todo eso que quiero, sin tener que filtrar. Escribo para liberarme de los demonios que me atormentan en las noches y que no me dejan dormir. 
Escribo para atravesar la tristeza y el vacío que me invade en cualquier momento sin avisar. 
Escribo en un intento de ordenar mis ideas, mis emociones, mis decepciones, mis confusiones y darle sentido a lo que conmociona mis días y mis noches. 
Escribo buscando aclarar mi mente, o mejor aún, buscando escuchar los susurros de mi corazón.